"Cuando un individuo desempeña un papel, solicita implícitamente a sus observadores que lo tomen en serio, que crean que el sujeto posee en realidad los atributos que aparenta poseer".
La puesta en escena del equipo de comunicación del presidente Macri que "escenificó" un viaje en colectivo, o la "inesperada" visita a un domicilio en el que pidió utilizar el baño, los "espontáneos" timbreos en las casas de un determinado barrio, o el antecedente de la fotografía con una nena en medio de un basural, tuvo una fuerte repercusión mediática en la que se lo criticó duramente.
Habría que decir que lo malo no es la escenificación en sí misma, sino la intención de hacerla aparecer como una situación no preparada, "natural". Lo paradójico, o no tanto, es que la crítica provenga de los mismos medios gráficos o televisivos que en épocas de inundaciones -y aquí en el Chaco y en el litoral hay muchos ejemplos- hacen aparecer a sus movileros con botas de caña alta en charcos de diez centímetros de profundidad o piden a los chicos, descalzos por supuesto, que se tiren a las zanjas, o muestran a personas que están comiendo "un gato" o, como lo contó el mismo "Chiche" Gelblum, tuvo que comprar cientos de kilos de pescado y desparramarlos en una playa, para tener la foto de la mortandad de peces que fue a cubrir y que cuando llegó al lugar ya la marea se los había llevado: "la mortandad existió, lo único que hice fue comprar los pescados" dijo después.
Para quienes gusten de estos temas una sugerencia: la película Wag the Dog (Mentiras que matan) con Dustin Hoffman y Robert de Niro (1997) o la clásica "The Truman show" con Jim Carrey (1998).
Se podrían citar muchísimos otros ejemplos pero los anteriores alcanzan para traer a la discusión un tema comunicacional, filosófico y sociológico tan viejo como irresuelto: ¿Qué es la verdad? ¿Existe? ¿Cómo se la transmite?.
En esta era 2.0 todos podemos comunicar en tiempo real y llegar al mundo. Y esa posibilidad pone muy nerviosos a quienes desde los medios tradicionales ven como la exclusiva intermediación que se auto asignaron entre la fuente informativa y el público se ve relegada, superada y "puenteada", ya sea por la misma sociedad o por los actores políticos especialmente cuando estos últimos se dan cuenta que aquello que hacen o dicen está sujeto al filtro o a los intereses de quienes creen ser "los únicos confiables, y autorizados, en transmitirlos".
Y este análisis puede abarcarse desde por lo menos dos dimensiones: la de los medios y la de los participantes en el proceso de comunicación, entendiéndose como tales a quienes piensan, elaboran y ejecutan los mensajes y a los que están dirigidos.
La de los medios es una discusión que puede llevar muchas páginas y aun no encontró una respuesta paradigmática, y la segunda genera en forma inmediata muchos interrogantes:
¿Los especialistas de la comunicación presidencial no saben que la preparación y la puesta en escena realizada será rápidamente viralizada?
¿Porqué se empeñan en ocultar su producción y presentarla como "natural"? ¿Es condenable esa simulación?
Las respuestas son muchas y a su vez generan más interrogantes:
¿Porqué no se tolera esta "mentira" cuando los mismos que la condenan aceptan como verdad el relato de una película, obra de teatro o novela?
Por la existencia de un implícito "contrato comunicacional" entre emisor y receptor en el que se acuerda claramente que: "yo te miento y vos crees que es cierto", y si mi mentira te resulta "verdadera" tenés derecho a llorar, reir o emocionarte.
En el caso de las personas que miran un telenoticiero, leen un diario, un portal "serio" de internet o escuchan radio, ese "contrato" les garantiza que toda la información es verídica por la sencilla razón que creen en un axioma que en los últimos tiempos se ha negado, y mucho: que en los medios, y especialmente en los noticieros, "se dice la verdad".
El problema surge cuando los receptores se enteran del engaño y se sienten defraudados porque "no se les avisó".
Al decir de Ervin Goffman: "Cuando un individuo desempeña un papel, solicita implícitamente a sus observadores que lo tomen en serio, que crean que el sujeto posee en realidad los atributos que aparenta poseer, que la tarea que realiza tendrá las consecuencias que en forma implícita pretende y que, en general, las cosas son como aparentan ser".
Y en esta situación puede suceder que quien actúa de una determinada manera crea por completo en los actos que realiza o bien quiera hacer creer algo a su público sólo como medio para otros fines.
"Cuando el individuo no deposita confianza en sus actos ni le interesan mayormente las creencias de su público podemos llamarlo cínico, reservando el término “sincero” para individuos que creen en la impresión que fomenta su actuación. No todos los actuantes cínicos que tienen interés por engañar a su auditorio tienen un “interés por si mismo”, puede engañarlo en bien de este como por ejemplo los médicos que dan placebos a los pacientes.
Encontramos actuantes que con frecuencia fomentan la impresión de que tenían motivos ideales para adquirir el rol que cumplen, que poseen una capacidad ideal para desempeñarlo, y que no era necesario que sufrieran indignidades, insultos y humillaciones ni que hicieran “tratos” a fin de obtenerlo. Es posible que los actuantes intenten incluso dar la impresión de que su aporte y capacidad actuales son algo que siempre han poseído y de que nunca han tenido que abrirse camino dificultosamente a través de un período de aprendizaje".
La divulgación reiterada de hechos como el del colectivo o la visita al baño de un vecino por parte del Presidente y presentada como "naturales", muestra el resultado de una "comunicación de laboratorio" preparada por quienes conocen los mecanismos de producción de mensajes o son adherentes de una concepción con reminiscencias indudablemente pavlosianas de los mismos.
Tal vez los especialistas en comunicación del gobierno tengan la urgencia de de-construir la imagen presidencialen general y la de Mauricio Macri en particular, desmitificarla, acercarla a "la gente" y lograr su aceptación e inclusión popular. Eso explicaría porqué los timbrazos protagonizados por el Jefe de Estado se realizan en barrios y sectores periféricos y no en Las Cañitas o Nordelta, donde las puestas en escena no son necesarias pues su pertenencia a esos icónicos lugares no es discutida.
Llama la atención que en este tiempo en el que se avanzó cualitativamente en la investigación de los procesos y en el desarrollo de nuevas teorías comunicacionales aun se utilicen perimidos conceptos unidireccionales, de la misma manera que la anterior gestión presidencial endiosó un supuesto poder narcotizante de los medios.