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    La pandemia, el fracaso neoliberal y un punto final para la deuda y la fuga

    Frente a este desafío, instituciones como el FMI y países desarrollados no sólo no pueden estar al margen, sino que tienen la obligación moral de ser protagonistas.

    Hace tiempo que los estudiosos sistémicos de la economía, la antropología económica y otras disciplinas vienen observando las muestras de agotamiento del actual ciclo del desarrollo del sistema capitalista mundial, que reconocemos por la prevalencia de la financierización de la economía y definimos, en su dimensión no sólo económica, sino social, cultural y de su fenomenal aparato de captura de las subjetividades, bajo el signo del neoliberalismo.


    Las pandemias, largamente narradas, sin ir más lejos, en el relato bíblico, constituyeron a lo largo de la historia de la humanidad momentos de quiebre del orden establecido. Ahora mismo, la pandemia del coronavirus que, en la era de la globalización, ha cruzado fronteras estrepitosamente, está cambiando nuestros modos de vida, imponiendo la necesidad del aislamiento social y una serie de restricciones, otrora impensables, impulsadas por los Estados en la procura de salvar vidas y evitar el colapso de los sistemas de salud, atacados durante décadas por un modelo que renegó de lo público, en todas las latitudes.

    Lo que ocurrió en los 4 años de Macri y Vidal en nuestro país, es un ejemplo palmario de ese desprecio por lo público. Hoy, frente a la tragedia, el Estado aparece como la ansiada respuesta no para la salvación individual sino para la única posible: la salvación colectiva, que nos devuelve a nuestra pertenencia comunitaria, y que todos empiezan a reconocer, sacudiéndose las anteojeras ideológicas que los mantuvieron presos de un dogma falaz durante demasiado tiempo. “La salud gratuita, nuestro estado de bienestar, no son costos, sino bienes preciosos, y este tipo de bienes y servicios tiene que estar fuera de las leyes del mercado”, reconoció el francés Emmanuel Macron.

    La evidencia del fracaso del modelo neoliberal, con su Estado mínimo y su “sálvese quien pueda”, trae, también, a nuestras conciencias, algo que sabemos, por lo menos, desde la década del 70 cuando los informes del Club de Roma señalaron la finitud de nuestro planeta, la agotabilidad de sus recursos y la insustentabilidad de los patrones de crecimiento de unos y despojo de otros, bajo los que transcurrieron las últimas décadas, poniendo en jaque a nuestra “casa común” y a la vida misma. Las instituciones internacionales que fungieron de sostén para ese orden -hoy impotente- son, en su modo de funcionamiento actual, también parte del fracaso.

    Debemos, entonces, desde este instante y cuando pase el temblor, diseñar y ejecutar formas diferentes de organizar la convivencia social, patrones sistémicos donde los seres humanos recuperen su necesaria centralidad y los mercados deban operar al servicio de la vida y del cuidado de nuestra casa común. Debemos –y es urgente hacerlo- construir un nuevo sistema-mundo, donde las instituciones rectoras también deberán ser otras, y otros sus objetivos.

    Ayer, el FMI volvió a reconocer la insostenibilidad de la deuda argentina y a pedir una quita de hasta U$S 85.000 millones en su reestructuración, por parte de los acreedores privados. Es un reconocimiento alentador. Pero el problema de la deuda, que golpea al conjunto de los países -y especialmente a los periféricos- debe ser repensado integralmente. Como debe ser repensada una ingeniería financiera que sostiene la apropiación y el ocultamiento de las riquezas de las naciones en guaridas fiscales -con la participación o la complicidad de los poderosos del mundo-, vaciando a los Estados de los recursos indispensables para financiar, por ejemplo, los sistemas de salud de los que hoy dependen millones de vidas.

    Frente a este desafío, instituciones como el FMI y países desarrollados no sólo no pueden estar al margen, sino que tienen la obligación moral de ser protagonistas. Ahora mismo, los países más débiles no necesitan, en respuesta a la crisis sanitaria, nueva deuda que signifique mayor asfixia en la hora de la reconstrucción frente a los daños económicos y sociales de la pandemia, que aún no podemos cuantificar.

    Necesitamos una solución definitiva al problema de la deuda, incluida la del FMI, como ya se ha hecho frente a situaciones excepcionales de guerras y catástrofes. Y la recuperación de la riqueza fugada, incluyendo un punto final a la existencia de “paraísos” fiscales. Todos tienen una contribución importante que hacer, si queremos construir un sistema mundial de desarrollo verdaderamente sustentable. Es, además, la mejor sanación para la angustia del presente: trabajar para proyectar otro futuro posible, más justo, más feliz, y para todos.

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