No sólo por la salvaje devaluación que dejó al viejo peso maltrecho, sino también por el bajo calibre de su clase dirigente. El oficialismo no acierta, comunica mal y decide peor. La oposición se esconde. Espera a que el Gobierno se calcine en su propio fuego para luego sí hacer alguna propuesta. Detalles para no olvidar a la hora de votar en 2019.
La tromba cambiaria arrasó con casi todo. La megadevaluación que llevó a que el peso se depreciara hasta un 100% interanual durante esta semana, con un pico del 10% en un solo día -el jueves-, tendrá consecuencias severas para la capacidad de compra de buena parte de la sociedad, y un estimulante efecto para el sector productivo con perfil exportador.
Si la maniobra fue o no pergeñada adrede por el Gobierno para licuar el gasto, ganar una pronta competitividad de corto plazo y serruchar sueldos en dólares, es algo que nunca sabremos. Lo cierto es que en 2015 el salario mínimo en divisas de los argentinos era de u$s 589, mientras que ahora quedó en u$s 263, después de los sucesivos cimbronazos devaluatorios de la gestión Cambiemos.
Licuar parece ser el verbo de moda. Ampliar el foco del análisis exige contemplar diversas variables, episodios distintos pero encadenados unos con otros. Explicar este cuadro de situación es tal vez menos urgente que hallar una salida, pero vayamos igual a repasar algunos puntos clave de este entuerto.
1- El Gobierno recibió la tan mentada pesada herencia del kirchnerismo, un combo que comprendía alto déficit fiscal, presión impositiva record, cepo cambiario, inflación del 25% y una economía que no crecía hacía cuatro años. Esto se complementaba con el litigio con los Fondos Buitres y una balanza comercial positiva, pero cada vez más flaca.
2- Ascender al poder implica hacerse cargo de los problemas, asumirlos como propios aunque no hayan sido generados por la nueva gestión. Con la madeja en sus manos, el flamante gobierno de Mauricio Macri tomó medidas apresuradas o directamente equivocadas: unificación del mercado cambiario de 9 a 15 pesos, desestimando el salto inflacionario que lógicamente ocurrió; quita de retenciones y desfinanciamiento del Estado en medio de un profundo déficit fiscal; reemplazo de esta recaudación por un desbocado endeudamiento externo; desregulación del mercado -quitó los escudos protectores contra el capital golondrina, desestabilizador por naturaleza-; popularizó el uso de las Lebacs, creadas para exclusivo uso de entidades financieras, y azuzó la bicicleta financiera; subió las tasas de interés hasta niveles insólitos y dañinos para el sector productivo; y fijó metas de inflación inalcanzables, generando un repetido fracaso que no hizo más que desgastar la confianza en el Banco Central.
Fue también de una supina ingenuidad pensar que las inversiones internacionales llegarían solas y en masa, motivadas porque el Gobierno mostraba un perfil pro mercado, exclamando reiteradamente su voluntad de reinsertar el país en el mundo.
3- El efecto exógeno es algo que en economía no puede manejarse, pero sí puede anticiparse o amortiguarse, depende del caso. La suba de tasas por parte de la Reserva Federal ante el crecimiento sostenido de la economía de los Estados Unidos era algo que sabían hasta los alumnos de la escuela primaria. Que los capitales golondrina levantarían vuelo hacia las denominadas ""inversiones de calidad"" en el Norte, resultaba previsible. De otro tenor hubiera sido el impacto negativo sobre el sistema financiero local si el Gobierno hubiese mantenido algún esquema regulatorio, sugerido hasta por el Fondo Monetario Internacional.
Todo esto nos llevó a esta angustiante actualidad de dólar desbocado y parálisis productiva. El Banco Central, que subió las tasas como una herramienta de política monetaria destinada a combatir la inflación, terminó elevándola al 60% para evitar que los inversores se vuelquen masivamente al dólar.
En materia de costos, las empresas pymes atraviesan un desierto sin maná. Los empresarios se quejan con razón porque el Gobierno asegura a manera de mantra que la única salida pasa por exportar más y generar un ingreso genuino de dólares, pero al mismo tiempo dolariza las tarifas y permite que se dispare el precio de los combustibles.
Es cierto que la megadevaluación licuará parte del gasto público y beneficiará a algunos sectores puntuales de la economía, siempre y cuando el proceso inflacionario no termine por comerse esa ganancia. Las economías regionales se volverán más competitivas, llegarán más turistas extranjeros y los argentinos volverán a veranear en el país, con lo cual disminuirá en forma la fuga de capitales.
Pero el gran desafío que tiene el Gobierno es lograr que la devaluación de esta semana tenga un escaso impacto en los precios, porque de lo contrario el sacrificio será en vano. Por estas horas la industria dice no tener precio, se resiente el abastecimiento y los comerciantes optan por guardar hoy para vender mañana, cuando puedan remarcar.
Al menos en la última ronda de la semana el Banco Central logró ponerle un freno al dólar. El tiempo dirá si es duradero o no. Pero resultaba urgente habida cuenta de que la corrida cambiaria, de persistir, podría mutar en corrida bancaria. Transformarse en un desesperado intento de los ahorristas por sacar su dinero de los bancos. Ahí la crisis tendría otra escala.
Argentina es un país barato, pero no sólo por la salvaje devaluación que dejó al viejo peso maltrecho, sino también por el bajo calibre de su clase dirigente. El oficialismo no acierta, comunica mal y decide peor. La oposición se esconde. Espera a que el Gobierno se calcine en su propio fuego para luego sí hacer alguna propuesta. Detalles para no olvidar a la hora de votar en 2019.